Si hice una entrada en este blog celebrando lo bien que me
rindió la cabeza en un momento delicado también quiero hacerlo sobre la primera
vez que me bloquee, no sé si fue el miedo el que me encontró en el corredor del
mismo nombre que sube al Yelmo, o por el contrario, fui yo quien salió en su
busca. La cosa es que me vi superado y no pude reaccionar en una circunstancia extraña
para mí, al final cumplí y completé el recorrido gracias a la fe total que tengo
en el coach y el resto de la manada.
El Corredor del miedo es una pequeña grieta por donde se
accede al Yelmo donde no cabes de frente, tienes que entrar de lado y aún así
apenas tienes espacio. Rápidamente te ves inmerso en un mar de granito en el
que apenas puedes moverte, donde no puedes darte la vuelta, y donde no puedes
agarrarte a nada. Entonces llega un momento en el que hay que subir a una
piedra para seguir dirección a la cumbre del Yelmo, la técnica es hacer presión
con las manos y el culo y empezar a subir como se puede, y este es el momento
en el que yo, que siempre reacciono bien en momentos de tensión, me desinflé.
No sé muy bien lo que fue, quizá el no poder moverme, que mis manos no se podía
agarrar a ningún sitio, que no había escapatoria a derecha o izquierda, que era
algo que jamás había hecho, que no lo había visualizado, que era la primera vez
que una montaña me engullía entre la roca…..la cosa es que tuve miedo, si lo
reconozco, tuve miedo. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Entonces
apareció la mano amiga de Miguel, en el que tengo una confianza total y es que
el sabe perfectamente de lo que soy capaz y lo que no, que me levantó en
vilo prácticamente para llegar a la roca. Desde aquí ya fue más fácil y una vez
en el Yelmo volvía a ser yo, volvía a saltar de roca en roca y disfrutar de la
montaña. Mereció la pena, estar subido a un pico que es realmente una inmensa
roca de granito donde caben 10 estadios Santiago Bernabéu (me encanta la física
con unidades futbolísticas) enteros, no se puede explicar. Las vistas, el
silencio, la paz de la montaña; nos quedamos un rato simplemente sentados y
disfrutando del momento. Y llegó la hora de bajar, tuvieron que ayudarme pero
bajé bastante mejor y más confiado. Cuando salí de la grieta sentí alivio, algo
de frustración, y por supuesto algo de orgullo, al fin y al cabo pude hacerlo
gracias a la ayuda del grupo. La cosa es que tengo ganas de volver.
Sí, yo encontré al miedo en el corredor del mismo nombre y no me avergüenza reconocerlo.
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